Saturday, November 19, 2011
Margarita Mejia @ FIX University as seen by FIX
Paisajes emocionales
Árboles, de la serie Paisajes Emocionales, 2008
Texto de Margarita Mejía
Cierto día, con el espíritu abierto, salí a caminar, al girar en una esquina me sorprendieron las sombras de unos árboles proyectadas en una enorme pared, moviéndose como presencias con la luz crepuscular. Algo en mí se detuvo, de repente quedé suspendida en un universo de luz y sombra, vivo, latiendo frente a mí; mis ojos contemplando las formas animadas y mi cuerpo uniéndose a ellas como en una danza silenciosa, quieta. Por los orificios de las ramas penetraban los rayos del sol anaranjado, mientras el viento las movía delicadamente y rebotaban como abriendo una tercera dimensión en aquel muro. Yo podía sentir con todo mi ser (mente, cuerpo, energía, alma), aquella visión; de la manera más respetuosa, casi con veneración, empecé a fotografiarla, inmersa como estaba, en aquel trance de perplejidad, de asombro. Más tarde escribí:
Viento y sombra
presencias que me hablan
en lo más hondo
Empecé a relacionar algunos de mis paisajes fotográficos con el haikú, por haber sido realizados con cierta disposición del corazón hacia las pequeñas cosas. El significado japonés de la palabra kokoro: corazón, no se reduce únicamente al sentimiento o a la emoción, se refiere a algo que está entre el pensamiento y la sensación, pero aún más allá. "La palabra Kokoro, es más, es el corazón y la mente, la sensación y el pensamiento y las mismas entrañas"[1]. Esta definición me acerca a la experiencia creativa, la posibilidad de ver y fotografiar, gracias a un estado despierto y receptivo de la mente para abrirse a la imagen que pueda llegar, algo similar al éxtasis, al sátori, un momento de elevación supremo, donde el sujeto se funde con el universo.
El haikú pertenece a esa clase de creaciones que se ofrecen, tanto a la contemplación, como al acto imaginativo del espectador. Es un objeto inacabado y por lo tanto imperfecto, pero es precisamente su imperfección la puerta de su vitalidad, pues quien lo recibe lo completa, o más bien lo continúa.
Octavio Paz logra definir este aspecto cuando sugiere: su verdadero nombre es conciencia de la fragilidad y precariedad de la existencia, conciencia de aquel que se sabe suspendido entre un abismo y otro. Expresar esta conciencia en una imagen es ya un desafío, que merece la pena ser asumido.
[1] Tablada José Juan, Hiroshigué, México, 1914, en Las Sendas de Oku, Traducción de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya, Pág., 10, Barcelona, 1970.
martes 20 de octubre de 2009
Especial para el Diario El Espectador, publicado en la semana del 17 al 23 de octubre de 2004.
Cuerpos Sensibles
Presencia no es objeto, Margarita Mejía 2004
El escritor Cristian Valencia descubre el lenguaje de la obra Cuerpos Sensibles, de Margarita Mejía
Cuerpos que se huyen, que se encuentran consigo. Que transgreden su forma para extender una invitación a volar consigo mismo en primera clase. Cuerpos que se preguntan por la piel, que se abandonan, que se requieren, que se urgen. Cuerpos que se marchan y se subordinan al alma. Así es la obra que actualmente expone Margarita Mejía en la Carrera 3ª con calle 19. Todas sus fotografías están trabajadas en color sol sobre un riguroso fondo negro, cosa que hace pensar en un evento cósmico, un minisistema que genera sus propias leyes.
De sus antiguos trabajos queda la sensación de ponerse en paz con el pasado, de reconocerse en la oscuridad, de viajar al interior mismo de cada ser, de violar ese velo frágil que separa la vigilia de los sueños; explorando la vida en blanco y negro, de este trabajo queda el poder de la energía, siempre femenina; la posibilidad real de conectarse con algo grande por medio de los sentidos, sin desconocer el cuerpo y el mundo mujer. Tal vez, aunque toda interpretación sea un cuento, Margarita Mejía nos susurra es una bolita de energía, fiel copia de los dioses, o de todos los soles. Reiterando, como siempre, que si bien las realidades se juntan, no dejan de ser muchas las que existen.
Margarita Mejía le presta tanta atención al cuidado técnico de sus fotografías, como al lenguaje escrito. Sus títulos no son casuales, es claro que están diseñados para trabajar en equipo. Si bien cada foto es contundente por sí sola, sin aditivos, los títulos le adhieren un movimiento continuo, y hacen explotar el conjunto como una sentencia poética de un Haikú. Adentro hay uno que se eleva, Libertad es escucharse, Los bordes son frágiles, Cada ángel tiene su sombra y Adentro hay uno que se arrastra, son apenas ejemplos del cuidado poético del universo que nos regala.
Fotomuseo. Eje ambiental Cra 3ª , entre calles 17 y 19, Bogotá.
domingo 18 de octubre de 2009
COLECCIÓN DE MUJERES
Fotografías de Margarita Mejía
"Ocurre a veces que en el chisporroteo de un fuego de artificio, a través de ese bombardeo nocturno de estrellas, cohetes y bombas solares, se nos revelan de pronto, en una luz alucinatoria, y en relieve contra el cielo de la noche, ciertos elementos del paisaje: árboles, torres, montañas, casas; y su claridad y aparición repentina quedan ligadas definitivamente en nuestro espíritu a la idea de ese sonoro desgarramiento de las sombras".
Antonin Artaud
“El teatro y su doble”
Este trabajo reúne algunos de mis encuentros con mujeres, unos cortos, otros más duraderos, tejidos en interminables conversaciones. Tuve que armarme de paciencia, los retratos fueron esquivos y fluyeron a mi cuando ellos quisieron, cuando los dejamos ser. Algunos perdieron su hora, pues en ciertas ocasiones después de hablar y hablar, las fotos no se llevaron a cabo, pero me quedaron grandes lecciones. Las mujeres que aparecen en las imágenes no fueron mis modelos únicamente, como es lo usual, tomaron parte activa del proceso: planeamos cada foto después de un diálogo basado en aspectos de sus vidas, de este modo ellas eligieron un tema para abordar fotográficamente y me permitieron la libertad de interpretar como fotógrafa, de proponer.
En la mayoría de los casos, elegí retratar el cuerpo, no exclusivamente el rostro, en busca de una expresión del alma femenina: sus transformaciones, sus miedos, sus dolores, sus múltiples formas de manifestarse, con el mismo sentido fotografié sus rostros, queriendo ir más allá del rostro hacia lo que ellas me permitieron ver. Algunas de las fotografías evidencian la puesta en escena, el disfraz de lo propio. Cuando planeamos las fotos ellas decidieron asumir un aspecto de su personalidad que les resultaba vergonzoso o que les causaba temor, como una manera de exorcizarlo.
Este proyecto me tomó varios años, se fue dando lentamente y nunca quise forzarlo, por eso preferí mostrarlo sólo hasta sentir que había llegado a un acento. El proceso fotográfico fue maravilloso, doloroso y extraño: maravilloso porque cada fotografía surgió como una revelación tanto para las retratadas como para mí, doloroso porque precisamente de aquella revelación a veces se dieron confrontaciones, casi siempre internas, y extraño porque el proceso tuvo un ritmo de serpiente, como si después de hacerlas necesitaran un tiempo para ser digeridas.
Siento una inmensa gratitud por todas estas mujeres, quienes desnudaron su alma para mi lente, no sólo su cuerpo, dejándome participar de su propias desgarraduras, dándome grandes enseñanzas. El alma femenina me sorprende, somos el puente directo que la vida humana eligió para seguir su curso, pero siento que de esto hay un enorme olvido, la cultura ha logrado abrir una grieta en nuestra memoria, un abismo que nos distancia de lo sagrado femenino y nos deforma ante nosotras mismas.
Estas fotografías pueden ser tomadas sólo como reflejos, una Colección de mujeres reflejadas en mí, o deformadas por mí: que muestran un alma femenina mutilada o andando por las sombras.
Margarita Mejía (Bogotá, abril de 2009)